Parecía que la colisión
iba a ser inminente, que se fusionarían los cuerpos (almas) que parecían haber
estado recorriendo por pasadizos lineales, contiguos y paralelos durante toda su vida y llegaban
ahora, ansiosos, al final, a la luz. Destinados a encontrarse afuera, salvando
de la oscuridad el uno al otro, llenándose y vaciándose mutuamente, sucumbir a
las tinieblas del mundo juntos para emerger de nuevo, ellos, los dos.
Sí, lo parecía.
Gestando los pensamientos
del otro, en forma de música, de letra, de vida. Descubrir-se cada día,
reinventándose por y para su reflejo especular. Ser a ratos dos filósofos, dos
mentes flagrantes y bulliciosas, anhelantes de nuevos futuros, expectantes,
buscando su utópico finale. A otros, dos niños que se miran, se tocan, se
entienden, se sonríen y se quieren.
También lo parecía.
Al menos a uno de los dos
(y a su medio mundo) se lo parecía.
Pero como, desdeñosamente menciona el
refranero popular-vulgar, todo no és lo que parece, esto parecía, pareció
y no fue.
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Siguen los pasadizos en línea, contiguos, paralelos, y así hasta un infinito que quién sabe dónde tiene su final, si es que lo hay.