Arrogantes, imprudentes,
desatados,
sublevados, inocentemente
perversos.
Gobernamos nuestras vidas
y la de los demás.
No hay mañana. No hay
mañanas.
Aves rapaces nocturnas
que buscan
el despertar masivo de
otros como nosotros.
Comunidades unidas por la
ginebra, el humo
verde y la euforia
desatada
que muere inversamente
proporcional
con la salida del sol.
Y cuando el ocaso se
cierna sobre nosotros
otra vez, despertarán nuestras
entrañas
y cual desdicha efervescente inundaremos nuestros alvéolos de aire
y de vida, las tráqueas teñirán
el cielo nocturno de música
nunca antes escuchada.
Despertares tardíos que
reavivan la existencia
de una humanidad cansada,
gris, extinguida,
aquella de los días, de
las oficinas, de las calles míseramente recorridas.
Nosotros, petulantes
seres que, desdichados,
apostamos trozos de vida
al momento,
al ahora,
al todo o nada,
conquistamos las noches de la ciudad.