lunes, 28 de enero de 2013

Explosión eterna de un momento


Noches que caen con todo su helado peso al otro lado de la ventana. Noches que se ciñen a la soledad de almas ansiosas, jóvenes y incandescentes, ahora adormecidas. Esas noches en que el simple y liviano roce de la sábana duele en el recuerdo.

Escápulas, clavículas, montañas.

Pecho, brazos, refugio.

Libros infinitos que hablan de utópicas relaciones entre humanos: hacedlos volar hacia los centelleantes lunares de ahí arriba que viven observando, oyendo los más oscuros y cautivos anhelos que guardan los seres mundanos.

Tiempo es condena
Todo a su tiempo.
Tiempo es efímero.
Momento.

Se clava su constante andar como queda tatuada la barba de cinco días en el mentón, en el cuello, en la memoria.
Ideas ahumadas emanan de almas que abren sus alas a lo desconocido, imprudentes, irresponsables, inmensas. La amplitud de una cama vacía como señal de aviso: sal y corre, busca y encuentra, sueña, avanza. Apuesta tu última carta, a veces se requiere un todo o nada.

No a la autoinmolación interior humana.

Manos que fluyen con las ideas y plasman la belleza en su máximo sien. Papel, lienzo, cuerdas, ebrios  de explosiones y fragmentos de las más escondidas profundidades de unos distintos seres ávidos, inquietos, hambrientos de una conmoción (propia más que ajena) que llene los rincones vacíos de sus entrañas.

Manos, labios, sueños.

Ojos, cuello, el mundo.

Gritos. Canciones. Tinta. Palabras. Pintura. Bocas que se convergen hacia un mismo agujero negro, La expresión como método de supervivencia forma de vida.