Noches que caen con todo
su helado peso al otro lado de la ventana. Noches que se ciñen a la soledad de
almas ansiosas, jóvenes y incandescentes, ahora adormecidas. Esas noches en que
el simple y liviano roce de la sábana duele en el recuerdo.
Escápulas, clavículas,
montañas.
Pecho, brazos, refugio.
Libros infinitos que
hablan de utópicas relaciones entre humanos: hacedlos volar hacia los
centelleantes lunares de ahí arriba que viven observando, oyendo los más
oscuros y cautivos anhelos que guardan los seres mundanos.
Tiempo es condena
Todo a su tiempo.
Tiempo es efímero.
Momento.
Se clava su constante
andar como queda tatuada la barba de cinco días en el mentón, en el cuello, en
la memoria.
Ideas ahumadas emanan de
almas que abren sus alas a lo desconocido, imprudentes, irresponsables,
inmensas. La amplitud de una cama vacía como señal de aviso: sal y corre, busca
y encuentra, sueña, avanza. Apuesta tu última carta, a veces se requiere un
todo o nada.
No a la autoinmolación
interior humana.
Manos que fluyen con las
ideas y plasman la belleza en su máximo sien. Papel, lienzo, cuerdas,
ebrios de explosiones y fragmentos de
las más escondidas profundidades de unos distintos seres ávidos, inquietos, hambrientos
de una conmoción (propia más que ajena) que llene los rincones vacíos de sus
entrañas.
Manos, labios, sueños.
Ojos, cuello, el mundo.
Gritos. Canciones. Tinta.
Palabras. Pintura. Bocas que se convergen hacia un mismo agujero negro, La expresión como método
de supervivencia forma de vida.
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